martes, 22 de mayo de 2007

Ateísmo

¿Existe Dios? He ahí una pregunta que ha sido contestada de variadas maneras por los seres humanos. Ateismo, agnosticismo, deísmo, teísmo y panteísmo son los nombres que reciben las respuestas básicas a esta cuestión crucial. He seleccionado para vosotros un texto ateo, escrito por el Premio Nobel José Saramago. El autor baraja como fundamento de su ateismo lo que seguramente será la principal objeción contra la existencia de Dios, el problema del mal en el mundo,el dolor injustificado de los inocentes de la tierra, que Charo Cordobés planteó ya en uno de sus comentarios. Saramago ofrece en pinceladas narrativas algunos de los escenarios del mal de nuestro tiempo, para terminar formulando su visión radicalmente atea. Creo que este texto hará que os impliquéis en el tema y hagáis vuestros comentarios.
En algún lugar de la India.
Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes.
En algún lugar de Angola.
Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero.
En algún lugar de Israel.
Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

José Saramago
El País
Martes, 18 de septiembre de 2001

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No es cuestión de asegurar si el que habla es Dios o es una invención del hombre. La pregunta es ¿Quién cree? Porque nadie puede asegurar que la palabra de Dios ha llegado hasta nuestros días mediante intermediarios.
Yo puedo ponerme en lugar de un ateo y en parte lo comprendo ya que hay tantas preguntas sin respuestas, que la duda, ligada a las múltiples catástrofes sin fundamento aparente, los hace pensar que si Dios existe y es tan bueno no permitiría que se matasen unos a otros, que la gente sufra sin necesidad porque ellos no han pedido (en termino general) tener una enfermedad incurable o terminal, y ver día a día en los medios de comunicación tantas escenas y reportajes de hambre y miseria en el mundo. Todo esto es una realidad, hechos que se pueden probar.
Pero en mi posición de creyente puedo ver cómo vivimos en una sociedad creada por las manos del hombre. Dios nos dio la vida y también la facultad de decidir por nosotros mismos, en nuestro presente vivimos la decisión de unos pocos. Hace siglos los más fuertes decidían por los débiles, hoy los más afortunados deciden por el resto de los hombres manteniendo un equilibrio en la convivencia.
Yo no puedo culpar a Dios por no tener todo lo que tienen los multimillonarios porque eso no es culpa ni de mis padres ni de mis abuelos, sino de la capacidad e inteligencia de nuestros predecesores para hacer fortuna y obtener poder. Esto es un simple ejemplo para que comprendamos que lo que vivimos es lo que nuestros antepasados de generación en generación han ido creando con sus equivocadas o acertadas decisiones.
Por lo tanto como católica creo que Dios existe y además nos dio los medios para subsistir, en nosotras está y estuvo la forma para administrarlos bien o mal.
Por supuesto no creo que Dios haya sido una excusa por el deseo de la inmortalidad porque cuando llegue mi muerte no seré yo ni estaré en mi conocimiento, pero vivo muy a gusto pensando que tiene que haber algo más allá de la muerte, algo diferente a lo que estamos viviendo y sintiéndome bien así no me planteo ni siquiera en pensar en un cielo o en un infierno, y menos aun en el final de los tiempos.

Anónimo dijo...

Yo no sabría opinar si Dios es una invención del hombre o no; a lo mejor lo crearon los hombres para dominar y tener controlados a las masas,tal vez es verdad y mandó a su hijo a morir por nosotros. Pero ¿se debe considerar ateos a aquellos que rechacen alguna creencia popular? Los cristianos de varios grupos llaman ateos a aquellos que no están dispuestos a aceptar las dogmas de los católicos e incluso los cristianos eran ateos para los romanos porque negaban a los numerosos dioses romanos. Entonces ¿todos somos ateos para las distintas religiones?
Para mi las religiones sí han servido para hacer a los hombres más crueles einteresados.A lo largo de la historia antigua, muchas guerras se hicieron en nombre de un Dios u otro."La Reconquista","Las Cruzadas","las guerras en Inglaterra entre católicos y protestantes".
Y hoy en día muchos promueven la yihad o guerra santa para echar al infiel de sus paises o para llevar su religión a todo el mundo usuando métodos violentos.

Anónimo dijo...

Para mi es más creible pensar o creer que Dios,es una construcción del hombre.Quizás debido a la necesidad de amparo,para enfrentarnos sobre todo a situaciones no favorables.
El hombre que es creyente y piensa que Dios es un ser superior,que todo lo puede,cuando todo en la vida le marcha bien piensa "Gracias a Dios".Si su vida es un mar de desdichas,cree "Es un castigo de dios.Todo esto forma parte de la cultura del creyente,yo pienso que la felicidad o la desdicha,somos los seres humanos la que la vamos construyendo dia a dia.Tambien es una via de escape o consuelo el pensar que despues de la muerte,nos vamos a encontrar una vida idilica,sin dolor ni sufrimiento,incluso vamos a reencontrarnos con los seres que hemos perdido.Seguro que soy muy pesada e insistente,creo que si existiera un Dios todopoderoso,no permitiria las guerras,el hambre,el odio tan grande que existe entre los pueblos y sobre todo lo que más me llega al corazón,el sufrimiento y muerte de los niños.Que en muchas ocasiones no los dejan ni iniciar la vida.Por todo esto creo que Dios ha servido más para enfrentar a los hombres que para humanizarlos o hacerlos mejores.