martes, 17 de febrero de 2009

Miedo a la opinión pública. Bertrand Russell

Muy pocas personas pueden ser felices sin que su modo de vida y su concepto del mundo sean aprobados, en términos generales, por las personas con las que mantienen relaciones sociales y, muy especialmente, por las personas con que viven. Una peculiaridad de las comunidades modernas es que están divididas en sectores que difieren mucho en cuestiones de moral y creencias. Esta situación comenzó con la Reforma, o tal vez con el Renacimiento, y se ha ido acentuando desde entonces. Había protestantes y católicos que no solo tenían diferencias en asuntos de teología, sino en muchas cuestiones prácticas. Había aristócratas que se permitían hacer ciertas cosas que no eran toleradas entre la burguesía. Después, hubo latitudinarios y librepensadores que no aceptaban la imposición de un culto religioso. En nuestros tiempos, y a todo lo ancho del continente europeo, existe una profunda división entre socialistas y no socialistas, que no solo afecta a la política sino a casi todos los aspectos de la vida. En los países de habla inglesa, las divisiones son muy numerosas. En algunos sectores se admira el arte y en otros se lo considera diabólico, sobre todo si es moderno. Para las personas convencionales, el adulterio es uno de los peores delitos, pero grandes sectores de la población lo considera excusable, y hasta positivamente encomiable. El divorcio está absolutamente prohibido para los católicos, pero casi todos los no católicos lo consideran un alivio necesario del matrimonio. Debido a todas estas diferencias de criterio, una persona con ciertos gustos y convicciones puede verse rechazada como un paria cuando vive en un ambiente, aunque en otro ambiente sería aceptada como un ser humano perfectamente normal. Así se origina una gran cantidad de infelicidad, sobre todo en los jóvenes. Un chico o una chica capta de algún modo las ideas que están en el aire, pero se encuentra con que esas ideas son anatema en el ambiente particular en que vive. Es fácil que a los jóvenes les parezca que el único entorno con el que están familiarizados es representativo del mundo entero. Les cuesta creer que, en otro lugar o en otro ambiente, las opiniones que ellos no se atreven a expresar por miedo a que se les considere totalmente perversos serían aceptadas como cosa normal de la época. Y de este modo, por ignorancia del mundo, se sufre mucha desgracia innecesaria, a veces solo en la juventud, pero muchas veces durante toda la vida. Este aislamiento no solo es una fuente de dolor, sino que además provoca un enorme gasto de energía en la innecesaria tarea de mantener la independencia mental frente a un entorno hostil, y en el 99 por ciento de los casos ocasiona cierto reparo a seguir las ideas hasta sus conclusiones lógicas. Las hermanas Brontë nunca conocieron a nadie que congeniara con ellas hasta después de publicar sus libros. Esto no afectó a Emily, que tenía un temperamento heroico y grandilocuente, pero sí que afectó a Charlotte, que, a pesar de su talento, siempre mantuvo una actitud muy similar a la de una institutriz. También Blake, como Emily Brontë, vivió en un aislamiento mental extremo, pero al igual que ella poseía la grandeza suficiente para superar sus malos efectos, ya que jamás dudó de que él tenía razón y sus críticos se equivocaban. Su actitud hacia la opinión pública está expresada en estos versos:

El único hombre que he conocido
que no me hacía casi vomitar
ha sido Fuseli: era mitad turco y mitad judío.
Así que, queridos amigos cristianos, ¿cómo os va?
Pero no hay muchas personas cuya vida interior tenga este grado de fuerza. Casi todo el mundo necesita un entorno amistoso para ser feliz. La mayoría, por supuesto, se encuentra a gusto en el ambiente en que le ha tocado vivir. Han asimilado de jóvenes los prejuicios más en boga y se adaptan instintivamente a las creencias y costumbres que encuentran a su alrededor. Pero para una gran minoría, que incluye a prácticamente todos los que tienen algún mérito intelectual o artístico, esta actitud de aquiescencia es imposible. Una persona nacida, por ejemplo, en una pequeña aldea rural se encontrará desde la infancia rodeada de hostilidad contra todo lo necesario para la excelencia mental. Si quiere leer libros serios, los demás niños se reirán de él y los maestros le dirán que esas obras pueden trastornarle. Si le interesa el arte, sus coetáneos le considerarán afeminado, y sus mayores dirán que es inmoral. Si quiere seguir una profesión, por muy respetable que sea, que no haya sido común en el círculo al que pertenece, se le dice que está siendo presuntuoso y que lo que estuvo bien para su padre también debería estar bien para él. Si muestra alguna tendencia a criticar las creencias religiosas o las opiniones políticas de sus padres, es probable que se meta en graves apuros. Por todas estas razones, la adolescencia es una época de gran infelicidad para casi todos los chicos y chicas con talentos excepcionales. Para sus compañeros más vulgares puede ser una época de alegría y diversión, pero ellos quieren algo más serio, que no pueden encontrar ni entre sus mayores ni entre sus coetáneos del entorno social concreto en que el azar les hizo nacer.

Cuando estos jóvenes van a la universidad, es muy probable que encuentren almas gemelas y disfruten de unos años de gran felicidad. Si tienen suerte, al salir de la universidad pueden encontrar algún tipo de trabajo que les siga ofreciendo la oportunidad de elegir compañeros con gustos similares; un hombre inteligente que viva en una ciudad tan grande como Londres o Nueva York casi siempre puede encontrar un entorno con el que congeniar, en el que no sea necesario reprimirse ni portarse con hipocresía. Pero si su trabajo le obliga a vivir en una población pequeña y, sobre todo, si necesita conservar el respeto de la gente corriente, como ocurre por ejemplo con los médicos y abogados, puede verse obligado durante casi toda su vida a ocultar sus verdaderos gustos y convicciones a la mayoría de las personas con que trata a lo largo del día. Esta situación se da mucho en Estados Unidos, debido a la gran extensión del país. En los lugares más improbables, al norte, al sur, al este y al oeste, uno encuentra individuos solitarios que saben, gracias a los libros, que existen lugares en los que no estarían solos, pero que no tienen ninguna oportunidad de vivir en dichos lugares, y solo muy de vez en cuando pueden hablar con alguien que piense como ellos. En estas circunstancias, la auténtica felicidad es imposible para los que no están hechos de una pasta tan extraordinaria como la de Blake y Emily Brontë. Si se quiere conseguir, hay que encontrar alguna manera de reducir o eludir la tiranía de la opinión pública, y que permita a los miembros de la minoría inteligente conocerse unos a otros y disfrutar de la compañía mutua. En muchísimos casos, una timidez injustificada agrava el problema más de lo necesario. La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen obviamente que con los que se muestran indiferentes a ella. Los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio, y el rebaño humano es muy parecido en este aspecto. Si se nota que les tienes miedo, les estás prometiendo una buena cacería, pero si te muestras indiferente empiezan a dudar de su propia fuerza y por tanto tienden a dejarte en paz. Desde luego, no estoy hablando de las formas extremas de disidencia. Estas salidas de lo convencional, si se hacen alegremente y sin darles importancia, no en plan provocador sino con espontaneidad, acaban tolerándose incluso en las sociedades más convencionales. Poco a poco, se puede ir adquiriendo la posición de lunático con licencia, al que se le permiten cosas que en otra persona se considerarían imperdonables. En gran medida, es cuestión de simpatía y buen carácter. A las personas convencionales les enfurece lo que se sale de la norma, principalmente porque consideran estas desviaciones como una crítica contra ellas. Pero perdonarán muchas excentricidades a quien se muestre tan jovial y amistoso que deje claro, hasta para los más idiotas, que no tiene intención de criticarlos.

Sin embargo, este método de escapar a la censura es imposible para muchos, cuyos gustos u opiniones les granjean la antipatía del rebaño. Su falta de simpatía les hace sentirse a disgusto y adoptar una actitud beligerante, aunque guarden las apariencias o se las arreglen para evitar los temas espinosos. Y así, las personas que no están en armonía con las convenciones de su entorno social tienden a ser irritables y difíciles de contentar, y suelen carecer de buen humor expansivo. Estas mismas personas, transportadas a otro entorno donde sus puntos de vista no se considerasen raros, cambiarían por completo de carácter aparente. Dejarían de ser serias, tímidas y reservadas, y se volverían alegres y seguras de sí mismas; dejarían de ser ásperas y se volverían suaves y de trato agradable; dejarían de vivir centradas en sí mismas para volverse sociables y extravertidas.

Así pues, siempre que sea posible, los jóvenes que no se sienten en armonía con su entorno deberían procurar elegir una profesión que les dé oportunidades de encontrar compañía similar a ellos, aun cuando esto signifique una considerable pérdida de ingresos. Con frecuencia, ni siquiera saben que esto es posible, porque su conocimiento del mundo es muy limitado y puede que piensen que los prejuicios habituales en su casa son universales. Esta es una cuestión en la que los mayores podrían ayudar mucho a los jóvenes, ya que para ello es imprescindible tener mucha experiencia de la humanidad.

En esta época del psicoanálisis es habitual suponer que si algún joven no está en armonía con su entorno, tiene que deberse a algún trastorno psicológico. En mi opinión, esto es un completo error. Supongamos, por ejemplo, que los padres de un joven creen que la teoría de la evolución es abominable.
En un caso así, solo se necesita inteligencia para discrepar de ellos. No estar en armonía con el propio entorno es una desgracia, de acuerdo, pero no siempre es una desgracia que haya que evitar a toda costa. Cuando el entorno es estúpido, lleno de prejuicios o cruel, no estar en armonía con él es un mérito. Y estas características se dan, en cierta medida, en casi todos los entornos. Galileo y Kepler tenían «ideas peligrosas», como se dice en Japón, y lo mismo les ocurre a los hombres más inteligentes de nuestros tiempos. No conviene que el sentido social esté tan desarrollado que haga que hombres así teman la hostilidad social que podrían provocar sus opiniones. Lo deseable es encontrar maneras de conseguir que esa hostilidad sea lo más ligera e ineficaz posible. En el mundo moderno, la parte más importante de este problema surge en la juventud. Si un hombre ya está ejerciendo la profesión adecuada en el entorno adecuado, en la mayoría de los casos logrará escapar de la persecución social, pero mientras sea joven y sus méritos no estén demostrados, se expone a estar a merced de ignorantes que se consideran capaces de juzgar en asuntos de los que no saben nada, y que se escandalizan si se les insinúa que una persona tan joven puede saber más que ellos, con toda su experiencia del mundo. Muchas personas que han logrado al fin escapar de la tiranía de la ignorancia han tenido que luchar tanto y durante tanto tiempo contra la represión, que al final acaban amargados y con la energía debilitada. Existe la cómoda idea de que el genio siempre logra abrirse camino; y apoyándose en esta doctrina, mucha gente considera que la persecución del talento juvenil no puede hacer mucho daño. Pero no existe base alguna para aceptar esa idea. Es como la teoría de que siempre se acaba descubriendo al asesino. Evidentemente, todos los asesinos que conocemos han sido descubiertos, pero ¿quién sabe cuántos más puede haber de los que no sabemos nada? De la misma manera, todos los hombres de genio de los que hemos oído hablar han triunfado sobre circunstancias adversas, pero no hay razones para suponer que no ha habido innumerables genios más, malogrados en la juventud. Además, no solo es cuestión de genio, sino también de talento, que es igual de necesario para la comunidad. Y no solo es cuestión de salir a flote del modo que sea, sino de salir a flote sin quedar amargado y falto de energías. Por todas estas razones, no conviene ponerles muy duro el camino a los jóvenes.

Si bien es deseable que los mayores muestren respeto a los deseos de los jóvenes, no es deseable que los jóvenes muestren respeto a los deseos de los viejos. Por una razón muy simple: porque se trata de la vida de los jóvenes, no de la vida de los viejos. Cuando los jóvenes intentan regular la vida de los mayores, como por ejemplo cuando se oponen a que un padre viudo se vuelva a casar, incurren en el mismo error que los viejos que intentan regular la vida de los jóvenes. Viejos y jóvenes, en cuanto alcanzan la edad de la discreción, tienen igual derecho a decidir por sí mismos y, si se da el caso, a equivocarse por sí mismos. No se debe aconsejar a los jóvenes que cedan a las presiones de los viejos en asuntos vitales.
Supongamos, por ejemplo, que es usted un joven que desea dedicarse al teatro, y que sus padres se oponen, bien porque opinen que el teatro es inmoral, bien porque les parezca socialmente inferior. Pueden aplicar todo tipo de presiones; pueden amenazarle con echarle de casa si desobedece sus órdenes; pueden decirle que es seguro que se arrepentirá al cabo de unos años; pueden citar toda una sarta de terroríficos casos de jóvenes que fueron tan insensatos como para hacer lo que usted pretende y acabaron de mala manera. Y por supuesto, puede que tengan razón al pensar que el teatro no es la profesión adecuada para usted; es posible que no tenga usted talento para actuar o que tenga mala voz. Pero si este es el caso, usted lo descubrirá enseguida, porque la propia gente de teatro se lo hará ver, y aún le quedará tiempo de sobra para adoptar una profesión diferente. Los argumentos de los padres no deben ser razón suficiente para renunciar al intento. Si, a pesar de todo lo que digan, usted lleva a cabo sus intenciones, ellos no tardarán en ceder, mucho antes de lo que usted y ellos mismos suponen. Eso sí, si la opinión de los profesionales es desfavorable, la cosa es muy distinta, porque los principiantes siempre deben respetar la opinión de los profesionales.

Yo creo que, en general, dejando aparte la opinión de los expertos, se hace demasiado caso a las opiniones de otros, tanto en cuestiones importantes como en asuntos pequeños. Como regla básica, uno debe respetar la opinión pública lo justo para no morirse de hambre y no ir a la cárcel, pero todo lo que pase de ese punto es someterse voluntariamente a una tiranía innecesaria, y lo más probable es que interfiera con la felicidad de miles de maneras. Tomemos como ejemplo la cuestión de los gastos. Muchísima gente gasta dinero en cosas que no satisfacen sus gustos naturales, simplemente porque creen que el respeto de sus vecinos depende de que posean un buen coche o de que puedan invitar a buenas cenas. En realidad, un hombre que pueda claramente comprarse un coche pero prefiera gastarse el dinero en viajar o en una buena biblioteca acabará siendo mucho más respetado que si se hubiera comportado exactamente como todos los demás. No tiene sentido burlarse deliberadamente de la opinión pública; eso es seguir bajo su dominio, aunque de un modo retorcido. Pero ser auténticamente indiferente a ella es una fuerza y una fuente de felicidad. Y una sociedad compuesta por hombres y mujeres que no se sometan demasiado a los convencionalismos es mucho más interesante que una sociedad en la que todos se comportan igual. Cuando el carácter de cada persona se desarrolla individualmente, se conservan las diferencias entre tipos y vale la pena conocer gente nueva, porque no son meras copias de las personas que ya conocemos. Esta ha sido una de las ventajas de la aristocracia, ya que a los que eran nobles por nacimiento se les permitía una conducta errática. En el mundo moderno estamos perdiendo esta fuente de libertad social, y, por tanto, se ha hecho necesario pensar más en los peligros de la uniformidad. No quiero decir que haya que ser intencionadamente excéntrico, porque eso es tan poco interesante como ser convencional. Lo único que digo es que uno debe ser natural y seguir sus inclinaciones espontáneas, siempre que no sean claramente antisociales.

En el mundo moderno, debido a la rapidez de la locomoción, la gente depende menos que antes de sus vecinos más próximos. Los que tienen automóvil pueden considerar vecino a cualquier persona que viva a menos de treinta kilómetros. Tienen, por tanto, muchas más posibilidades de elegir compañía que las que se tenían en otros tiempos. En cualquier zona populosa, hay que tener muy mala suerte para no conocer almas afines en un radio de treinta kilómetros. La idea de que hay que conocer a los vecinos inmediatos se ha extinguido ya en los grandes centros urbanos, pero aún sigue viva en las poblaciones pequeñas y en el campo. Ahora es una tontería, porque ya no hay necesidad de depender de los vecinos inmediatos para tener vida social. Cada vez es más posible elegir nuestras compañías en función de la afinidad, y no en función de la mera proximidad. La felicidad es más fácil si uno se relaciona con personas de gustos y opiniones similares. Es de esperar que las relaciones sociales se desarrollen cada vez más en esta línea, y podemos confiar en que de este modo se reduzca poco a poco, hasta casi desaparecer, la soledad que ahora aflige a tantas personas no convencionales. Indudablemente, esto aumentará su felicidad, pero también está claro que reducirá el placer sádico que los convencionales experimentan ahora teniendo a los excéntricos a su merced. Sin embargo, no creo que este sea un placer que deba interesarnos mucho preservar.

El miedo a la opinión pública, como cualquier otra modalidad de miedo, es opresivo y atrofia el desarrollo. Mientras este tipo de miedo siga teniendo fuerza, será difícil lograr nada verdaderamente importante, y será imposible adquirir esa libertad de espíritu en que consiste la verdadera felicidad, porque para ser feliz es imprescindible que nuestro modo de vida se base en nuestros propios impulsos íntimos y no en los gustos y deseos accidentales de los vecinos que nos ha deparado el azar, e incluso de nuestros familiares. No cabe duda de que el miedo a los vecinos inmediatos es mucho menor ahora que antes, pero ahora existe un nuevo tipo de miedo, el miedo a lo que pueda decir la prensa, que es tan terrorífico como todo lo relacionado con la caza de brujas medieval. Cuando los periódicos deciden convertir a una persona inofensiva en un chivo expiatorio, los resultados pueden ser terribles. Afortunadamente, la mayor parte de la gente se libra de este destino por tratarse de desconocidos, pero a medida que la publicidad va perfeccionando sus métodos, aumentará el peligro de esta nueva forma de persecución social. Es una cuestión demasiado grave para tratarla a la ligera cuando uno es la víctima; y se piense lo que se piense del noble principio de la libertad de prensa, yo creo que hay que trazar una línea más marcada que la que establecen las actuales leyes sobre difamación, y que habría que prohibir todo lo que haga la vida insoportable a individuos inocentes, aun en el caso de que hayan dicho o hecho cosas que, publicadas maliciosamente, puedan desprestigiarles. No obstante, el único remedio definitivo para este mal es una mayor tolerancia por parte del público. El mejor modo de aumentar la tolerancia consiste en multiplicar el número de individuos que gozan de auténtica felicidad y, por tanto, no obtienen su mayor placer infligiendo daño a sus prójimos

4 comentarios:

Anónimo dijo...

SAMUEL CABELLO LUQUE

En este texto nos vamos a poner en la piel de una persona superdotada del s.XX como puede ser la propia persona del autor,esta clase de persona no encuentra un ambiente agradable en las cercanías de su vida cotidiana como pueden ser,amigos del barrio,escuela e incluso su propia familia.
La infancia,adolescencia e incluso la etapa adulta es un camino lleno de ostilidades.Una etapa más llevadera afirma el autor es la de la universidad puesto que es probable encontrar "almas gemelas" e incluso con algo de suerte al finalizar los estudios podría ser probable encontrar un trabajo que dé la oportunidad de elegir compañeros afines.Estas personas tendrían más oportunidades en una ciudad grande con más salida y posibilidades para encontrar grupos a los que por sus características fueran aceptados y poder sentirse en su ambiente natural.
Hoy en día es más fácil encontrar un ambiente adecuado con cada persona ya que los medios de comunicación e infraestructuras hacen posible el acercamiento entre personas de cualquier parte del mundo,por poner un ejemplo claro,Internet es uno de los portales a la felicidad de muchas de estas personas que no viven en un entorno adecuado a su personalidad,ya que pueden contactar con personas más adecuadas a ellas mismas.
Para terminar creo que nos viene a dar una especie de moraleja y es que la felicidad esta en el termino medio de la personalidad,es decir;ser felices pero sin salirse de la norma estrepitosamente.Y esto quiero añadirlo yo y espero no extra limitarme en mis funciones y desde el respeto a este gran filósofo.Yo pienso que se debe ser como te salga de dentro porque ahí comienza la verdadera sinceridad de la persona con sigo misma y en el tiempo que nos ha tocado vivir siempre encontraremos una o varias mentes como la nuestra,así que al que se ría, indiferencia,al que tolere,tolerancia y al que comprenda,comprensión.

Daniel Jose Garcia Molina dijo...

En este texto Albert Russell nos habla sobre el miedo a la opinión pública. En primer lugar comenta que las comunidades modernas están divididas en sectores con diferentes ideas, por eso unas personas se pueden ver rechazadas en unos grupos o aceptadas en otros. Esto es debido a sus diferencias de criterio. También comenta que a los jóvenes creen que el entorno en el que están es lo que representa el mundo entero y no les entra en la cabeza que en otro lugar las opiniones que quieren expresar son totalmente aceptadas.

Casi todo el mundo necesita amistad para ser feliz. La mayoría se encuentra satisfecho donde le toca vivir porque han asimilado desde jóvenes los perjuicios que pudieran sufrir y se adaptan a su alrededor, pero para la gran minoría es imposible de conseguir (se incluye aquellos que tienen un mérito intelectual o artístico). Por estas razones su adolescencia es una época de gran infelicidad para casi todas las personas con talentos excepcionales.

La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen que con los que se muestran indiferentes a ella. A las personas les enfurece los que se salgan de la norma porque piensan que es una crítica contra ellas, pero pasarán por alto a quien se muestre amistoso con ellas.
Las personas que no están en armonía con las convenciones de su entorno social tienden a ser irritables y carentes de humor, si estas mismas personas estuvieran en otro entorno donde sus puntos de vista se aceptaran dejarían de ser serias, tímidas, reservadas, y además se volverían alegres y seguras de sí mismas. Además dejarían de vivir centradas en ellas para volverse sociables.

Hay gente que piensa que un joven que no está en armonía con su entorno porque tiene un problema psicológico. Esto es un error, ya que cuando el entorno es estúpido, cruel o lleno de perjuicios, no estar en armonía es un mérito.
Mientras que uno sea joven tendrá que aguantar a ignorantes que se ven capaces de juzgar en asuntos en los que no saben nada y les escandalizará la idea de saber que una persona tan joven sabe más que ellos.
También es deseable que los mayores muestren respeto a los deseos de los jóvenes, y no es correcto que los jóvenes muestren respeto a los deseos de los mayores. Por que no se trata de la vida de los mayores, sino de los jóvenes.

Como regla general, uno tiene que respetar la opinión pública lo justo para no morir de hambre y no ir a la cárcel, todo lo que pase después es someterse voluntariamente a una tiranía innecesaria y que interfiera gravemente con la felicidad. Ser indiferente a la opinión pública es una fuente de felicidad. Una sociedad compuesta por personas que no siguen los estándares es mucho más interesante que una sociedad de personas que piensan igual.

El miedo a la opinión pública atrofia el desarrollo y mientras siga teniendo fuerza será difícil lograr nada importante. Para ser feliz es imprescindible que nuestro modo de vida se base en nuestros propios impulsos íntimos y no en lo que dicten los demás.
Actualmente hay menos miedo que antes, pero ahora otro miedo: el miedo a la prensa. La prensa puede convertir en una persona inofensiva en un chivo expiatorio y sus resultados pueden ser terribles. A medida que la publicidad se va perfeccionando aumentará el peligro.

Anónimo dijo...

El estar muy pendiente del entorno te va hacer no triunfar, por lo que entrarias en una lucha continua. debes salir de ese mundo y buscar tu talento o alguna peculiaridad tuya, si nunca eres capaz de esto nunca seras capaz de exponer tus doctrinas.
el miedo es malo ya que atrofia el desarrollo, para conseguir la verdadedra felicidad es necesario que nuestro modo de vida se base en nuestros propios principios.

José León Torres dijo...

Para empezar Russell nos dice que las comunidades modernas están divididas en 2 sectores con distintas ideas y según nuestras ideas podemos ser rechazados o no, los humanos y sus ideologías, su culturas y segun donde vivimos tenemos una forma de pensar, el mundo esta dividido como muy bien dice Russell, quizas nuestras mas y brillantes ideas pueden ser castigo en nuestro país, mientras en otro esas ideas son de gran apreciación por la gente de dicho País, el ser humano que se siente rechazado por su forma de pensar es infeliz, un ser que se siente solo y que ve que los demás son diferentes a el, como dice Russell aquel que se siente rechazado en su propio ambiente, quizás en otro ambiente se sienta aceptado y sea feliz incluso muestre su verdadera personalidad...el ser humano es ignorante e ignora que quizás a muchos kilómetros de donde vive sus ideas son aceptadas, el ser humano crea infelicidad incensaría por que no conoce realmente lo que hay mas allá de su ambiente.

Russell nos dice que el ser humano necesita amistad, para ser feliz. El ser humano teme la soledad, quizás es el mayor miedo de un humano, el estar solo, la mayoría de los humanos son felices por el ambiente en el que vive, su amistad y el no ser rechazado le genera mucha felicidad pero una minoría es rechazada, quizás por sus gustos por sus aficiones...la adolescencia es una etapa llena de infelicidad por muchas razones entre ellas por la forma de ser yu por sus aficiones, "todo aquel que no sea igual a los de su especie será rechazado en esta etapa". Una vez que va creciendo el aquel ser solitario quizás encuentre su alma gemela, ya sea en los estudios universitarios o en el trabajo como dice el filósofo Russell.

Ahora quizás el ser humano lo tiene mas fácil, los diversos colectivos/asociaciones, el mundo digital (internet) son herramientas que para aquel Ser que este en soledad le ayuda a sentirse que no está solo y ser más feliz y tal vez se desate de la opinión pública, para mi es como estar en un gran teatro, donde todos te observan esperando a tu actuación al finalizar te aplaudirán o te abuchearan... verán si verdaderamente mereces entrar en el grupo o ser rechazado, si eres aceptado enhorabuena tienes asegurada otra actuación para la próxima vez, si eres rechazado, nada mejor que buscarse otro lugar donde actuar o cambiar tu forma de actuar ante el público.
En mi opinión sobre los últimos textos de Russell estoy de acuerdo, la publicidad, la TV en el siglo XXI son unas de los mayores problemas al rechazo social por ser distinto. Estos medios generan el prototipo de humano a seguir.